viernes, 27 de junio de 2014

AÑORANZA DE FIESTAS PATRONALES





¿Te acordás Serafín? De las “funciones patronales” de Caraguatay

¡Sí!  Para nosotros, funciones sensacionales. 

Las esperabamos con ansia. Duraban como dos semanas. Cinsidente con la entrada de la primavera. A la salida de la escuela era el recreo infaltable antes de voler a casa y a la noche, en familia , era el paseo obligado.

 El 23 de septiembre nos íbamos al pueblo engalanados con nuestras mejores ropas domingueras, un poco rengueando por el estreno del zapato nuevo, a celebrar las vísperas de Tupasy La Merce ára

Y al  día siguiente, 24,  antes de la Misa en honor de la Santa Patrona, la procesión con banditas y todo. Los trombones, tambores, platillos y otros instrumentos enardecían nuestra devoción a la Santa Madre de Jesús. ¡Que enorme nos parecía la brillante tuba de... ¿José ju’ai?!

 El paseo por el mercado y su plazoleta encantados con las chucherías ofrecidas por los puesteros. Artículos que normalmente no se conseguían en los almacenes ni tiendas del pueblo y sólo podíamos comprarlos durante esas festividades. 

En otras casillas nos tentaban con los  caramelos con premio, o nos invitaban, por módicos céntimos a pasar y maravillarnos con la mujer araña, animales nunca vistos  u otras rarezas.

¡Cuán importante nos sentíamos al contar los céntimos ahorrados para la ocasión, y que hacía posible la compra de las baratijas ofrecidas por las funcioneras: pañuelitos, espejitos, peines, cadenillas, animalitos de cerámica,   pito yvy, tatu yvy, kambuchis o cantarillas en miniatura para blandirlos como preciado trofeo  funsión poty!

Dentro del bullicio de la multitudinaria concurrencia sobresalía  el pregón de las chiperas, alojeras y vendedores de agua helada (un lujo en esos tiempos), bollo con relleno, pan kesu, mantecado o dulces en barquillos ofreciendo sus productos. ¡Claro que de esa época es la expresión “bollo de cincoicha nde juruvy”!

 ¡Y cómo nos extasiaban las mágicas manos del heladero al girar y girar el cilíndrico recipiente de chapa en su carretilla con el tonelito repleto de hielo, sal gruesa y aserrín o arro pire!.

Girando y girando la manija centrifugaba agua con azúcar y colorantes hasta cuajarlos en deliciosos heladitos.

Con un toque maestro de la cuchara nos servía en crujientes barquillos, previo pago de un guarani’i

Los saboreábamos en ansiosa espera del anuncio por el altoparlante de la consabida  primera vuelta gratis de la veloz, cómoda y segura calesita de... no me acuerdo qué empresa, “Porvenir”, “Primavera”, creo, o “de lo Hermano Acotas” con sus veloces caballitos y luces multicolores.

¿Y te acordás que la calesita no tenía motor?, era de tracción a sangre, los ayudantes del patrón empujaban para los giros y hundían los talones en la arena para las frenadas. 

El viaje era tan largo cuanto duraba una música. ¡Y cómo nos ingeniábamos para ayudar a empujarla unas vueltas y al tomar velocidad, corriendo aun, saltar para viajar gratis y al finalizar la música bajar y frenar estirando los tensores de los caballitos y carros que nos arrastraban una vueltas antes de parar y esperar el descenso y ascenso de los pasajeros por la módica suma de un guaraní. 
No pocas veces, cuando el patrón estaba kanguero, ligábamos un saplé histórico o el sonoro cintarazo, con aquel arreador especial, al grito  del ¡reguejypy mita i! con el consabido jolgorio de la concurrencia. El castigo, más que el cuerpo maceraba el amor propio.

Otras veces, sentados, orondos, al venir a nosotros el cobrador muy serios y seguros sentenciábamos: “ya le pagué al otro”. O para eludirlos con la calesita en marcha cruzábamos entre caballitos y carruajes colgados de los tensores.

 ¿Fue Sabino quien en una de esas cayó?  Con el resultado de la fractura del antebrazo y la oreja partida por una patada de caballo?  ¡Isaraki kabaju kalesita! ¿ajepa?  

¡Claro!. También me acuerdo. Que nos moríamos de celos cuando nuestras vecinas, primas y amigas entraban en el juego del jegusta ñemboki con los calesiteros, que por ser arribeños acaparaban sus atenciones. Les daban las vueltas gratis y al ayudarlas a montar los caballitos de madera, o los cochecitos, se permitían acariciar sus delicados dedos, y hasta un furtivo roce de las cimbreantes cinturas, ¡que nosotros ansiábamos sin atrevernos!

Los mayores jugaban a la lotería familiar. Por los altoparlantes a bocina cantaban los números. Los maiceros afanosos repartían los cartones y un puñado de avati tupi (maíz) para evidenciar la sentada en los números cantados del bolillero. Aún suena en mi cerebro simpáticas expresiones como: “el 11, kamba  kanilla”, “solito el 1”, “22, los dos patitos”, “oupa la bola, 90”, "suelta de tres, 33, "okéva ojopygotyo, 69" y otras que dependían del estado de ánimo del “cantador”. Según las apuestas estipuladas o la cantidad de jugadores se ganaba el ambo kytai, ambo sambuku, terno, cuarta y la salida. Se jugaba hasta escuchar el eufórico y sonoro grito de ¡epyta upepe! del ganador. No pocas veces era falsa alarma y quienes no desmarcaron sus cartones seguían la jugada.

En tanto, Roquito Mereles  acometía con ganas las cuerdas de su ajado violín, a veces acompañado en la guitarra por Anselmo Orué. Eran infaltables la ejecución y el canto de las polkas "General Stroessner", "Caraguatay" u otros compuestos de su acervo folclórico.

En Ñembosarái ya hablamos del pin pin, la ruleta y otros juegos de las  fiestas patronales. Recuerdo la destreza de los toreros y payasos en los torines (corridas de toros en rusticas empalizadas hechas para la ocasión). Y habllando de torínes ¿recuersas a José Karona?

Vibrábamos con las carreras, sortijas y otras proezas propias de las jineteadas. 

No olvidarás el Juego del galán en donde jinetes, empellonados sobre sus briosos corceles, con arreos tachonados de plata y ornados con los coloridos pañuelitos ganados en las sortijas, en raudas carreras tiraban a la concurrencia ( y nosotros allí estabamos) vito de chipa lopi que hermosas chiperas  les preparaban en un limpio mantel para el efecto.

imagen de: oni.escuelas.edu.ar
Cámara de fuelle, para negativos de vidrio,
con trípode ligero para viajes
Imagen prestada:

¡Increíble, Serafín! Imágenes, que, de un tiempo en que no existín ni sueños cámaras digitales o teléfonos celulares para selfiear el momento, queden tan vívidas en el recuerdo.

Y cuan difícil es encontrar fotografías de esa época en que los fotógrafos se embutían en la manga de su cámara de fuelle con trípode y uno tenía que posar para la foto hasta la explosión del flash.

“Fiestas eran las de antes…”, como nos decía abuelo.

Si. Te prometo. Me pondré en campaña para buscar fotografías que sean lo más fieles posible a esa mágica época. Alguien las tendrá. La conseguiremos, así como conseguimos el Kutu Vargas y los siguientes.

Hasta luego Serafin.

En otro momento conversaremos sobre tu aventura en el circo, o cuando en otra noche de  fiesta patronal Kamba se nos extravió y hasta Roquito dejó de cantar por unos momentos y colaboró en la búsqueda. 

¡Pero esa es otra historia!.

Ah, ya encontré una (fotografía):
          
 Imágen de fiesta patronal, posterior a la epoca descrita, 
encontrada en:
                  
https://www.facebook.com/eranlosdeantes/photos/a.831096543567074.1073741829.793868423956553/836974012979327/?type=1&theater